viernes, 14 de junio de 2013

Cuando se apaga.

 No se sabe cómo pero de un minuto a otro nuestro mundo (el que creemos nuestro) se trastoca y deja de ser lo que conocíamos, con lo que hemos crecido.
 Ganamos y perdemos en sólo una milésima, a veces al accionar la palanca aparecen las tres sandías y un gran premio que nos da la vida o tres calaveras que nos hace perderlo todo; casa, amigos, dinero, hermanos, padre, madre…

 Se dice que perder a un hijo es lo peor que puede pasar, pero perder a aquella persona que te acariciaba cuando te recogía del colegio, te daba un beso y tu merienda y te ayudaba a colocarte la ropa de danza. Esa persona que sabías que invariablemente estaría ahí, queriéndote incondicionalmente, mirándote seriamente cuando la “liabas parda” o siendo cómplice en alguna broma, perder a esa persona, no debe ser plato de buen gusto.
 Un día se nubla el mundo y no sabes cómo esa persona comienza a marchitarse, te dice que todo va bien, intenta demostrar vitalidad reflejando un pequeño hilo de vida pero se apaga. Y a veces ni si quiera da tiempo a ello.

 Todo lo que fue, su olor, aquel que no quieres volver a olvidar pero que por desgracia, sabes que el tiempo hará mella, lo irá borrando sin que tú ni nadie podáis evitar. Ese aroma tan reconocible y necesario. Comida casera, mezclado con calorcito en invierno y sabanas secándose en los amaneceres frescos del verano.
 El calor de sus abrazos, sólo comparable (y ni si quiera) al de una abuela pero más intensos, sabiendo que esa intensidad al abrazarte era sin duda alguna signo inequívoco de que el vínculo que teníais es uno de los más grandes que pueden generar los seres humanos.
 Sus besos, que cuando eras pequeño te hacían sentir protegido. Curaban heridas y eliminaban dolores. Besos mágicos que solo esa persona sabía dar, no porque les enseñasen a ello, simplemente le sale así. Instinto.
 Sus regañinas, que con el tiempo, acabas dándote cuenta que simplemente quieren evitar dolores, errores, que esas personas han aprendido a base de tropezarse más de una vez en la misma piedra. Acompañadas de una mirada severa y a veces (según el caso) con un movimiento de mano, señalando con el dedo, sabías que engañarle era imposible. Esas regañinas y broncas, acabarás tratando de volver a vivirlas, sólo para recordar a esa persona.
 Cuántas cosas perdemos en un segundo sin apreciarlo. Cada minuto que pasa, es un minuto que se pierde y que si no se aprovecha o se invierte, te acabas arrepintiendo, especialmente cuando lo que pierdes, es la vida de alguien que dio la suya (en la mayoría de los casos) por ti, de una manera incondicional. Cuando pierdes a esa persona, a tu madre.


 Y quiero seguir disfrutando con la mía mucho tiempo.

sábado, 30 de marzo de 2013

Escribiendo sentimientos

 Me niego a seguir escribiendo bellas palabras cargadas de amargura, pasión, desamor y odio. Soy más de hablar y eso no me lo quita nadie.

 La retórica (escrita) queda para caballeros en busca de sus princesas (o príncipes) que deberán ser personas con una capacidad “bestial” para enamorarse muy rápido y que probablemente, acaben teniendo la sensibilidad de un ladrillo para las cosas verdaderamente importantes.

 Hemos dejado (clarísimo que lo hemos hecho) a los poetas y escritores del pasado en el olvido para crear una nueva técnica: “la diabetes”. Esta, consiste en escribir palabras tan dulces que hasta a Triky harían morir.
 Las personas que sufren de este estilo se caracterizan, no por sus letras (que son muy simples) ni su métrica (que debe ser muy moderna), sino porque les rodean (ya sea en el ciberespacio o en la vida real) manadas de “grupies” que les alaban como si lo que han escrito fuera digno de editar repetidas veces en un mismo tratado con diferentes tipografías.
 ¡Cuidado!, no digo con esto que sean personas que escriban muy de vez en cuando, no.
 Estos personajes precisan (y tienen reservas) de repertorio edulcorado diario, como si estuvieran continuamente en constante creación pero que denotan que, verdaderamente fuerzan sentimientos que realmente, no tienen (porque almas frustradas hay muchas, pero escritores buenos muy pocos). Lo cierto es que cuanto más pesimista es una persona, más moña y hortera escribe. Y eso, por desgracia, os gusta a todos y todas...

 El truco se basa en hablar de algo de lo que todos hemos sufrido o queremos sufrir (y tengamos en cuenta que la mayoría somos muy “drammaqueens”) como el desamor. Utilizar palabras “rimbombantes” como “metafísica”, hacer alusiones a partes del cuerpo como “labios” y y demostrar la pena que te causa esa situación es la mejor forma de llegar a motivar.
Intentaré poner un ejemplo sabiendo que como escritor, soy de lo más horrible que se pueda leer:
“he dejado tu dulce pecho huir de mi.
La metafísica de tus labios ya no me espera

y la ilusión que antes creía mía es toda yerma.

He dejado mi vida despertar del sueño que sumido me tenía

la promesa de estar contigo todos los días,
porque sólo contigo merezco la pena.
Pero te vas, te alejas.
No estás, no existo, no soy, sin ti…”
  Así que lectores, por favor, que no os engañe, las pasiones han de vivirse, no pervertirse. Que no os embauquen. El romanticismo no está siempre en las letras.
 No os fiéis de nadie que sólo se comunique bien mediante letras, que hable de romanticismo todos los días y con muchas palabras y en especial, desconfiad de aquellas personas que en TODOS vuestros cumpleaños, santos y días especiales os escriban un pequeño verso. Como queriendo hacer que es algo verdaderamente esporádico.
 Si no me creéis, revisad las notas anteriores con las últimas regaladas. Se parecerán más de lo que creéis.