No se sabe cómo pero
de un minuto a otro nuestro mundo (el que creemos nuestro) se trastoca y deja
de ser lo que conocíamos, con lo que hemos crecido.
Ganamos y perdemos en sólo una milésima, a veces al accionar
la palanca aparecen las tres sandías y un gran premio que nos da la vida o tres
calaveras que nos hace perderlo todo; casa, amigos, dinero, hermanos, padre,
madre…
Se dice que perder a un hijo es lo peor que puede pasar,
pero perder a aquella persona que te acariciaba cuando te recogía del colegio,
te daba un beso y tu merienda y te ayudaba a colocarte la ropa de danza. Esa
persona que sabías que invariablemente estaría ahí, queriéndote
incondicionalmente, mirándote seriamente cuando la “liabas parda” o siendo
cómplice en alguna broma, perder a esa persona, no debe ser plato de buen
gusto.
Un día se nubla el mundo y no sabes cómo esa persona comienza
a marchitarse, te dice que todo va bien, intenta demostrar vitalidad reflejando
un pequeño hilo de vida pero se apaga. Y a veces ni si quiera da tiempo a ello.
Todo lo que fue, su olor, aquel que no quieres volver a
olvidar pero que por desgracia, sabes que el tiempo hará mella, lo irá borrando
sin que tú ni nadie podáis evitar. Ese aroma tan reconocible y necesario.
Comida casera, mezclado con calorcito en invierno y sabanas secándose en los
amaneceres frescos del verano.
El calor de sus abrazos, sólo comparable (y ni si quiera) al
de una abuela pero más intensos, sabiendo que esa intensidad al abrazarte era
sin duda alguna signo inequívoco de que el vínculo que teníais es uno de los
más grandes que pueden generar los seres humanos.
Sus besos, que cuando eras pequeño te hacían sentir
protegido. Curaban heridas y eliminaban dolores. Besos mágicos que solo esa
persona sabía dar, no porque les enseñasen a ello, simplemente le sale así.
Instinto.
Sus regañinas, que con el tiempo, acabas dándote cuenta que
simplemente quieren evitar dolores, errores, que esas personas han aprendido a
base de tropezarse más de una vez en la misma piedra. Acompañadas de una mirada
severa y a veces (según el caso) con un movimiento de mano, señalando con el
dedo, sabías que engañarle era imposible. Esas regañinas y broncas, acabarás tratando de volver a vivirlas, sólo
para recordar a esa persona.
Cuántas cosas perdemos en un segundo sin apreciarlo. Cada
minuto que pasa, es un minuto que se pierde y que si no se aprovecha o se
invierte, te acabas arrepintiendo, especialmente cuando lo que pierdes, es la
vida de alguien que dio la suya (en la mayoría de los casos) por ti, de una
manera incondicional. Cuando pierdes a esa persona, a tu madre.
Y quiero seguir disfrutando con la mía mucho tiempo.